Amanece en Badajoz


Dedicado a mi padre, Pedro Montero, por
enseñarme tantas historias de Badajoz a 
través de "El Avisador de Badajoz".



Amanece en Badajoz. Son las ocho de la mañana de un sábado del mes de mayo cuando el sol comienza a iluminar las piedras del Puente de Palmas. En estos momentos me encuentro en la margen derecha de la ciudad que el río Guadiana divide en dos.
El Puente de Palmas o también llamado Puente Viejo es el más antiguo de la ciudad. Edificado en el siglo XV, tiene una longitud de casi 600 metros de largo que lo recorren hasta llegar a una de las puertas más emblemáticas de entrada, Puerta de Palmas.


Camino lentamente disfrutando de las inmejorables vistas que me ofrece el puente. La brisa del río me envuelve a cada paso que doy. El camalote, navega por las aguas agitadas del Guadiana antes de fundirse con la mar oceánica de Portugal. Y en lo alto de la ciudad, puedo observar la mágica Alcazaba árabe que vigila mis pasos al adentrarme en sus entrañas.
Cruzo el puente. Puerta de Palmas me da la bienvenida al recinto fortificado. Sus dos torreones cilíndricos terminados en almenas imponen nada más verlos. Y fijándose bien, se puede diferenciar el escudo imperial de Carlos V a la vez que una capilla interior dedicada a Nuestra Señora de los Ángeles.


Atravieso la puerta y ya estoy dentro. Sin darme cuenta me pierdo por las laberínticas calles comerciales del casco antiguo. Es la famosa calle Menacho la que me atrapa con sus tiendas deportivas, de ropa, pastelerías, cafeterías, droguerías, perfumerías, joyerías... un sinfín de establecimientos para pasar un buen rato de ocio.
Hipnotizado por las interminables callejuelas y por el ir y venir de la gente, se abre ante mí un espacio luminoso rodeado de árboles donde la gente pasea, juegan los niños y es parada obligatoria para refrescarse en uno de los dos quioscos que hay en el Paseo de San Francisco o Plaza de San Francisco. 


Es aquí donde encuentro ubicados por todo el recinto unas bellezas arquitectónicas en forma de bancos. Ocho bancos decorados con cerámica policromada y dibujos hermosos, los cuales recrean momentos y escenas históricas de la conquista de América: "Entrada de Hernán Cortés en Méjico", "Doña Mencía de los Nidos", "Toma de posesión de Vasco Núñez de Balboa de Tierra Firme", "Francisco de Orellana en el río de las Amazonas", "Francisco Pizarro en la isla del Gallo marca la división en el suelo", "Muerte de Francisco Pizarro", "La batalla de Otumba" y "Los conquistadores en acción de gracias ante la Virgen de Guadalupe". Y en el centro de la plaza se erige un lugar mágico, un templete de la música, donde se realizan festivales y conciertos.

Prosigo la marcha hacia la Alcazaba. Noto en mis piernas la fuerza que me atrae hacia ella. Aún me queda camino que recorrer hasta atravesar sus puertas para acogerme en su interior.
A unos pasos de la Plaza de San Francisco, me encuentro el Teatro López de Ayala inaugurado en el año 1886 y su nombre se debe al dramaturgo y político extremeño del siglo XIX, Adelardo López de Ayala. El teatro es un importante medio donde sus actividades culturales son de una amplia y variada oferta, siendo un referente dinámico de la ciudad de Badajoz. Y justo enfrente del teatro, en la Plaza de Minayo, localizo una estatua sustentada en un pedestal de mármol de José Moreno Nieto, juriconsulto, arabista y político extremeño del siglo XIX.


Miro mi Google Maps. Diez minutos de recorrido me marca en línea recta hasta llegar a una de las puertas de entrada a la Alcazaba, pero antes visitaré otros lugares y monumentos significativos de la ciudad. Continúo la marcha, dejo atrás a mi izquierda la Iglesia de San Juan Bautista y a mi derecha una escultura de Manuel Godoy, noble y político pacense primer ministro de Carlos IV. Prosigo por la calle Obispo, ahora algo más empinada. Con el sol de frente y la temperatura que ha subido unos grados desde que inicié el recorrido, las pulsaciones comienzan a aumentar. Pero vale la pena porque tras ese breve esfuerzo, aparece ante mí como de la nada, la imponente Catedral de San Juan Bautista.


Nada más verla, destaca el fuerte torreón almenado construido a modo de fortaleza ante las guerras continuas. También se puede observar su reloj bajo las campanas. La Catedral posee tres puertas de entrada: la de San Juan (la principal), la del Cordero y la de San Blas. El interior es sobrio, compuesto por tres naves tipo basílica. Me siento frente al Altar Mayor dando la espalda al Coro. Es momento de memorizar el recorrido que me ha traído hasta aquí.
Me despido de la defensiva Catedral y justo al salir, me encuentro el Ayuntamiento en la Plaza de España. Custodiando éste, justo delante del edificio ejerciendo de anfitrión, aparece la escultura de bronce del pintor pacense Luis de Morales sosteniendo entre sus manos una tabla de pinturas y varios pinceles, mientras desafía al tiempo con su mirada dirigida hacia un cuadro inexistente.



Es la calle San Juan, arteria principal del Casco Antiguo la que me cobija con sus coloridos toldos para ofrecerme su sombra en un caluroso día de primavera. Se nota que hay vida en la ciudad. Me cruzo con gente que va y viene a la vez que me entretengo descubriendo las librerías, cafeterías, ferreterías, churrerías, tiendas de souvenir... y al finalizar la calle justo a mi derecha, me encuentro con la Parroquia de La Concepción del siglo XVIII.




Es aquí donde se detiene el tiempo. Me encuentro ahora en un cruce de varias calles y debo elegir mi siguiente camino: la calle Brocense donde puedo avistar a lo lejos la famosa Torre Espantaperros, a mi izquierda la calle Soto Mancera, o justo enfrente la calle peatonal Moreno Zancudo la cual me llevará hasta la Plaza Alta, plaza donde se celebraban los mercados en la Edad Media. Es por esta última por la que decido encontrarme con el pasado. Me quedo absorto ante tanta belleza. Mi mente me transporta hacia una época donde la plaza acogía a mercaderes y servía como lugar de espectáculos y de ocio. Lo primero que me impacta son las Casas Coloradas pudiendo ver las fachadas con sus dibujos geométricos que la hacen única en el mundo.
De repente, puedo sentir una voz que me susurra al oído, pero no es una voz humana. Es la Alcazaba árabe que me atrapa, me hipnotiza y me envuelve en su brisa acariciándome para transportarme al pasado. Estoy listo, es el momento de cruzar el umbral del presente hacia otra época de la historia. 


Atravieso el Arco del Peso y es ahora cuando me encuentro frente a la Puerta del Capitel, una de las entradas a la ciudadela. Avanzo lentamente, noto un silencio absoluto, observo todo a mi alrededor. Mis pies se desplazan por las escaleras erosionadas debido al paso del tiempo. Torres almenadas me vigilan. Y nada más dar los primeros pasos me encuentro un recodo hacia mi derecha que me hace pensar que estoy en un pequeño laberinto. Respiro hondo y, ya estoy en el interior. Continúo subiendo escalones, diecisiete en total, pudiendo ver a mi derecha e Museo Arqueológico Provincial fundado en 1867.


Y tras unos minutos de pausa, me preparo para recorrer las mágicas murallas de la Alcazaba que me llevarán a descubrir, la torre más emblemática de Badajoz, el "Faro de la Ciudad", la Torre de la Atalaya o Torre de Espantaperros, llamada popularmente así por el agudo tañido de una campana que espantaba hasta a los perros. Voy acercándome lentamente hacia su planta octogonal. Desde lo alto puedo divisar de nuevo la Plaza Alta con sus colores iluminados por el sol. La gente se va acomodando en los distintos veladores de los bares para refrescarse. Sigue haciendo mucho calor. Me desplazo unos pasos más hasta que me encuentro cara a cara con la torre. Cierro los ojos. Y como en la proa de un barco, siento la brisa de la primavera, oigo los pájaros trinar. 


Me concentro tanto que mi mente retrocede en el tiempo. Entro en un letargo. La Alcazaba vuelve a susurrarme y son ahora sus murallas las que me envuelven. Me cuenta leyendas que ocurrieron en la Edad Media de Badajoz: la puerta de la traición, donde el monarca portugués Alfonso Enríquez con su caballo tropezó con un cerrojo que existía en una de las puertas haciéndole descabalgar, rompiéndose una pierna y cayendo prisionero del monarca castellano Fernando II de León; la caldera del portugués, leyenda que cuenta el robo del estandarte de la ciudad de Badajoz por parte de un joven portugués de Elvas, al cual dieron caza caballeros pacenses, fue ejecutado públicamente y el cadáver arrojado a una caldera de aceite hirviendo; la torre de las siete ventanas, en la que la leyenda cuenta el amor prohibido de Zoraida, hija de un rey de Badajoz, con un caballero cristiano no siendo aprobada la relación, hasta que es encerrada en una torre que tenía siete ventanas, cerrándolas todas hasta que fallece en la oscuridad.


De repente, vuelvo al presente. Las leyendas se me han grabado en mi mente. Retrocedo en mis pasos para poder observar, por última vez y desde el Parque de la Alcazaba, la totalidad de la ciudad. Me despido, pero no voy solo. Salen a mi encuentro dos mariposas que me acompañan a la salida de la Alcazaba, esta vez por la Puerta de Yelves.
Son las doce de la mañana. Continúo con mi última parte del itinerario. 




Dejo a mi derecha el Convento de San José (Adoratrices) hasta encarar la calle San Pedro de Alcántara que me conducirá hasta la Plaza de la Soledad, lugar activo y dinámico siempre concurrido de vecinos y turistas. 

El nombre se debe a la ubicación en ese lugar de la ermita de Nuestra Señora de la Soledad, la Patrona de Badajoz. Junto a ella, como dos hermanas gemelas, se alza otro de los edificios más emblemáticos de la ciudad, "La Giralda", réplica similar a la Giralda de Sevilla. 
También me cruzo en el centro de la plaza con el monumento dedicado al mítico cantaor, José Salazar Molina, "Porrina de Badajoz". Y, por último, unos pasos más allá, voy a parar a la Plaza López de Ayala donde me encuentro "El convento de las Descalzas". 

A mi espalda dejo la Alcazaba. 
Echo una última mirada hacia atrás para despedirme de ella.
Es aquí donde finalizo mi recorrido por la ciudad de Badajoz. 
Me pierdo entre la gente por las calles comerciales. 
La vida continúa.

Comentarios

  1. Aunque conocida nuestra ciudad, siempre es bueno que te la muestran de nuevo por si te perdistes algo, y al observarla nuevamente, ves lo maravillosa que es y que no la valoramos como se merece. Hagamos un pequeño esfuerzo por difundir los valores de nuestro Badajoz.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Comunicador Vantage Lite

Heilbronn, el paraíso de los viñedos

Magia en "La Caballería Vieja"