Mallorca en noviembre

Quién lo iba a decir. Visitar Mallorca en el mes de noviembre con un tiempo excelente. 24 grados eran los que nos arroparon durante el puente de todos los santos. Hasta Palma de Mallorca volamos mi madre y yo desde Sevilla. Solamente una hora y media nos separaba de la Isla.

Este viaje iba a ser diferente. Mi madre y yo ya habíamos visitado otros países de Europa. El último que recorrimos fue la capital de Noruega, Oslo. Y es verdad que el ritmo que allí vivimos fue intrépido: nos desplazamos a pie, en tren, autobús en incluso en barco. Pero esta vez el tiempo de estancia en Mallorca iba a ser de relax, sin prisas y con un solo medio de transporte, el coche.

Estamos llegando a Palma, el avión planea durante varios minutos a ras del suelo.


Observamos decenas de molinos que parecen estar brotando de la tierra dándonos la bienvenida. Éstos forman parte del paisaje mallorquín. Los molinos son harineros de viento usados hasta hace pocas décadas para moler el grano y fabricar harina.

Durante nuestro recorrido por la Isla, iremos cruzándonos con muchos de ellos.

Pisamos tierra y nada más llegar al enorme Aeropuerto Internacional de Son Sant Joan, una furgoneta nos recoge para acercarnos a la empresa de alquileres de coches. Son solamente 8 kilómetros los que nos separan del centro de la ciudad donde nos albergaremos.

Rápidamente accedemos a la Autopista de Levante Ma-19 la cual nos conducirá, pasando justo por el Paseo Marítimo, a nuestro hotel junto al Puerto de Mallorca. Atravesamos el centro de la ciudad. Enseguida atisbamos a nuestra derecha la imponente y majestuosa Catedral-Basílica de Santa María de Mallorca. A nuestra izquierda barcos y más barcos atracados en el puerto.

Son las 16.00 horas. Dejamos las mochilas en el hotel y nos preparamos para patear el centro de la ciudad. Aparcamos el coche por estrechas calles y vamos paseando directamente hacia la Catedral. Justo antes de llegar, nos cruzamos con una escultura divertida: la iglesia invertida de Oppenheim, situada en la Porta de Santa Catalina.

Cruzamos el S'Hort del Rei, jardines adyacentes al Palacio Real de La Almudaina. Unos pasos más allá, aparece como un barco atravesando la niebla en el Mar Mediterráneo, la Catedral. Edificio gótico caracterizado por un enorme rosetón, el cual se encuentra frente al puerto, frente al mar rodeado de un enorme lago y en el medio la fontain, una fuente que no deja de lanzar chorros de agua hasta el cielo. Paseamos por sus jardines, por el interior de sus patios y por último rodeamos el lago.



Son ya las 18.00 horas y acaba de anochecer. Es momento de cenar en uno de los innumerables bares de la zona. Bares de tapas, bares de raciones, establecimientos acogedores con una increíble gastronomía.

Cogemos el coche y nos dirigimos hacia el hotel para descansar ya que al día siguiente cruzaremos toda la Isla hacia el este para adentrarnos en las Cuevas del Drach y disfrutar de las preciosas calas de la Costa de Manacor.

Son las 9 de la mañana y después de un completo desayuno, nos ponemos en marcha hacia Manacor. Son solamente 58 minutos la distancia entre Palma y la ciudad de Rafa Nadal. Atravesamos la Isla desde oeste a este a través de la autopista Ma-15. Durante el camino seguimos divisando numerosos molinos que salen a nuestro paso dándonos los buenos días. Y cómo no, también nos vamos cruzando con tiendas de perlas, famosas en Mallorca. Un ingeniero alemán fundó una empresa que trasladó a Manacor para producir sus perlas Majórica.

Y entre molinos, perlas y la música de los '80 y '90 que la cadena Kiss FM nos deleita llegamos a las Cuevas del Drach, situadas en el pueblo de Porto Cristo. Estas cuevas tienen una longitud de 1.200 metros y una profundidad de 25 metros bajo la superficie. En el interior de las cuevas se puede apreciar un gran lago subterráneo, el Lago Martel que es considerado uno de los mayores del mundo.

Antes de adentrarnos en las maravillosas cuevas, nos acercamos a una calita para observar el Mar Mediterráneo en calma acompañado siempre por el sol vigía. Éste hace los honores para advertirnos de que hoy será un gran día.



Allí vamos, iniciamos el camio hacia las entrañas de la cueva. Nos esperan varios guías que nos acompañarán por el recorrido. Comenzamos a bajar. Nuestra vista se va hacia todos lados. Hay estalactitas y estalagmitas que caen y suben hasta unirse, parecen columnas hechas por el hombre. Numerosas salas a izquierda y derecha en incluso pequeñas playas originadas por las continuas gotas de agua que caen del techo. Seguimos andando hasta que llegamos a una enorme sala que semeja a un anfiteatro rodeado por el majestuoso Lago Martel. Es en este lugar donde nos acoplamos en unos asientos para a continuación ver en las aguas del lago un pequeño concierto de un grupo de música tocando obras clásicas. Y lo más bonito es que pasan delante de nuestros ojos en barcas, apareciendo y desapareciendo como fantasmas en la noche.


Al terminar el concierto, tenemos la posibilidad de dar un pequeño paseo en la barca. Precioso recorrido que mi madre y yo vamos admirando al ritmo de las paladas del barquero. La oscuridad y las luces van fluyendo en un recorrido que parece no acabar nunca.

Ahora nos toca subir escaleras hasta la salida de la cueva. Ha merecido la pena visitarlas. Es una gran obra de arte hecha por la naturaleza. Salimos y el sol impacta en nuestros rostros.

Hace una temperatura genial. Son ya las 12 de la mañana y el cuerpo nos pide tomarnos unas cervezas bien frías. Cogemos el coche y nos desplazamos a pocos kilómetros de distancia al pueblecito Portocristo.

Precioso lugar. Nos acoplamos en una terraza desde donde podemos divisar el pequeño puerto con sus barcos amarrados y cómo no, la bonita playa por donde pasean e incluso donde se bañan algunas personas.

Tiempo de relax para memorizar todos los rincones de la cueva. Ya, sentados en el velador nuestra vista se pierde en el bonito paisaje del puerto. Qué tranquilidad ahora en noviembre. Imaginamos este mismo lugar en julio o agosto repleto de turistas. Los barcos, la playa, el agua del mar, el cielo nublado... momento de relajación.

Mientras seguimos observando el paisaje preguntamos al camarero qué zonas nos aconseja para visitar cerca de Portocristo. Casualmente el chico es nativo de la zona por lo que nos recomienda visitar unas calas cerca del pueblo. Estas son: Cala Romántica, Cala Mendia y Cala Anguila, todas ellas pegadas una a las otras. Nos ponemos en marcha y solamente nos separan 12 minutos en coche. Allá vamos.

Llegamos a Cala Romántica, qué belleza. Hace bastante calor por lo que nos ponemos el bañador para pasear por su playa y por el camino de la costa que rodea el mar. Seguimos un camino de tierra y piedras que asciende paso a paso. Desde las alturas podemos divisar la costa bañada por el Mediterráneo. Al fondo nos queda ya lejos la pequeña cala con su arena negra donde turistas toman el sol y se bañan a la vez.

Son ya las 14.00 horas y aún no hemos comido. Bajamos y justo enfrente de la cala, al lado de la playa hay un chiringuito abierto donde comeremos.

Y por supuesto comida mediterránea con sus ensaladas mallorquinas.

Esto es el paraíso. Mi madre y yo degustamos la comida a la vez que observamos el paisaje. El sol y el viento nos rodean e impactan sobre nuestros cuerpos. Qué sensación tan agradable. El tiempo se detiene en la Isla.

Estamos tan a gusto que nos quedaríamos a vivir en ese sitio para siempre. Pero tenemos que regresar a Palma y descansar ya que al día siguiente nos espera otra gran ruta por los pueblos de costa y montaña de la Tramontana.

Volvemos a la Ma-15 que nos devolverá hasta nuestro hotel. Una vez llegamos, me doy un chapuzón en la piscina que da al exterior. Posteriormente nos tumbamos en las hamacas que rodean la terraza donde las palmeras son movidas por el viento. Es ahí relajados, cuando memorizamos y comentamos los lugares que hemos recorrido y las anécdotas divertidas que nos ha ocurrido durante el día.
Son las 8 de la mañana. Tras un completo desayuno, estamos preparados para realizar el último itinerario y el más aventurero: La Tramontana.
Salimos del hotel y enseguida nos incorporamos a la Autopista Ma-1. Recorremos unos kilómetros de total llanura hasta que hacemos la primera parada en uno de los pueblos significativos de la Tramontana. 20 minutos son los que hemos recorrido hasta llegar a Andrach. A partir de aquí percibimos que el camino cambiará radicalmente ya que pasamos de una zona llana a otra montañosa.

Hacemos una pequeña parada en Andrach para ver la Iglesia de Santa María de Andrach. Las calles son muy estrechas y empinadas, parecen un laberinto. La Iglesia está en lo alto y al final del pueblo. Paramos, nos bajamos del coche y un fuerte viento nos rodea como avisándonos de que el día va a cambiar. Los hojas de los árboles son movidas por el viento como olas en el mar. La iglesia está cerrada, hacemos una vista al exterior y es cuando empiezan a caer ramas de los árboles. Es momento de proseguir el camino.

La Sierra de Tramontana es el principal sistema montañoso de las Islas Baleares. En 2011 es declarado Patrimonio Mundial por la UNESCO.


Decimos adiós a Andrach. Es ahora por la carretera nacional de montaña la Ma-10, la que nos irá comunicando por los diferentes pueblos de la costa y la montaña. Nos encontramos justo en el corazón de la Tramontana: caminos estrechos, subidas y bajadas, curvas imposibles que no se acaban nunca. El paisaje es precioso. Empezamos a subir. Desde lo más alto tenemos unas vistas inmejorables. Durante el camino pararemos en distintos lugares para divisar el paisaje. Mi madre y yo nos quedamos de piedra al observar tanta belleza desde lo más alto. Podemos divisar el mar. Vemos como impactan las olas en la costa, en las calas. A la vez las montañas surcan el cielo majestuosas erigiéndose como el santuario del Mar Mediterráneo.

Es hora de proseguir el camino. Se está levantando un aire huracanado y es peligroso estar en estos lugares. Próxima parada, Estellenchs.

El pequeño pueblecito se originó en el entorno de una antigua caballeriza. Muestra todavía su herencia medieval. La comarca lejana y agreste combina, por una parte, mar y montaña, y por la otra, espacios humanizados con grandes áreas naturales. Posesiones, viviendas, olivares, pequeñas industrias del bosque y una extensa red de caminos muy apreciadas por los senderistas. 

Hacemos un alto en el pueblo para ver la Iglesia de San Juan Bautista. Nos desplazamos por las estrechas callejuelas y empinadas. Y por último nos despedimos haciéndonos unas fotos con la figura de un caballo forjada en chatarra haciendo un guiño a sus orígenes agrícolas.

Tras la pequeña pausa, reanudamos el camino. Ahora nos dirigimos al famoso pueblo de Valldemossa. Nos separan 24 kilómetros surcando de nuevo las montañas. En todo momento, como un perro fiel, nos acompaña la costa de la Tramontana. Siempre a nuestras izquierda con curvas serpenteantes que parecen nunca acabar, llegamos a Valldemossa. 

Son las 13 de la tarde y el tiempo empieza a cambiar. El viento aumenta de velocidad y comienza a chispear. Llegamos. Hay mucha gente que va y viene recorriendo cada punto del pueblo. Valldemossa es el pueblo que más alto se encuentra de Mallorca. Es especial debido a varios acontecimientos: en 1838 el famoso compositor Chopin, pasó un invierno en tierras mallorquinas. 
De hecho hay un museo sobre su persona. Valldemossa también es conocida por ser el lugar de nacimiento de la única santa de la Isla: Santa Catalina Thomas.

Nada más acceder al pueblo, nos encontramos con un mercado. Productos típicos de la tierra: distintos tipos de pan, aceitunas, aceite, verduras, embutidos, sobrasada, quesos de cabra, oveja y vaca, y cómo no, la repostería famosa típica tales como las pastas, empanadas, coca de verduras, coca de patatas, bizcochos y ensaimadas.

Salimos del mercado y nos dirigimos al centro, a la vieja ciudad (old town). Recorremos sus callejuelas visitando a nuestro paso la  bella y bien cuidada Cartuja de Valldemossa y la Iglesia de Bartoneu. Es significativo que durante el recorrido entre las estrechas calles, nos encontramos numerosas placas de cerámica de Santa Catalina. 
Nos queda por ver la famosa panadería de Ca'n Molinas. Buscamos por las interminables calles y de repente comienza a llover con más fuerza y a levantarse un aire gélido. Rápidamente entramos en un bar para comer ya que hasta entonces no hemos probado bocado alguno.

Nuestra app del tiempo nos va marcando exactamente lo que está ocurriendo, lluvias y fuertes vientos. El pronóstico de este mal tiempo solamente durará una hora, así que aprovechamos para comer.

Sale el sol. Estamos impacientes por visitar la panadería. Salimos del bar y para nuestra sorpresa, se encuentra justo enfrente nuestra. Con la lluvia y el aire no nos habíamos fijado. La panadería y pastelería fue fundada en el año 1920. 

El producto artesanal más famoso es la coca de patata. 

Tenía mucho interés en visitarla y seguirle los pasos ya que en el interesante libro de 'Pan de limón con semillas de amapola', historia de Cristina Campos, relata la herencia que reciben dos hermanas mallorquinas de esta panadería y cuentan detalladamente cómo se elaboraban los pasteles típicos y las recetas secretas que pasan de abuela a nietas en este caso. Recomiendo este libro.



Entramos y nos quedamos hipnotizados mi madre y yo de la variedad de pasteles que hay en las cámaras frigoríficas. Nuestra vista se pierde entre tanto dulce, ensaimadas y coca de patata. Antes de partir es obligado llevarnos algo. Una bandeja de surtidos que iremos comiendo durante el camino.
Salimos de Ca'n Molia y nos despedimos de Valldemossa, precioso lugar que hay que visitar.
Nuestra ruta está finalizando. Ahora nos dirigiremos al último pueblo que tenemos marcado, aunque sabemos que hay muchos más que merecen la pena visitar.
Cogemos la carretera dirección a Sòller. 21 kilómetros por la costa nos separan del pueblo.

Durante el camino vamos recordando numerosas anécdotas ocurridas durante el camino. Comenzamos a sentir el cansancio de la ruta por carreteras muy estrechas y peligrosas. 

Y por fin llegamos a Sòller. Aparcamos el coche fuera del centro ya que es imposible aparcar. Sus calles son muy estrechas. Bajamos del coche y nos encaminamos rápidamente para deleitarnos con la preciosa Iglesia de San Bartomeu. 

Es en la Plaza de la Constitución donde se erige majestuosa rodeada de fuentes. Durante unos minutos nos quedamos absortos mirando hacia su puerta, sus arcos y el emblemático rosetón que caracteriza a la iglesia. 
Y mientas nos hacemos unas fotos, de repente oímos el traquetear de unas ruedas. No lo podemos creer, es otra de las famosas atracciones que cruzan el centro de Sòller. Es el Tranvía eléctrico de madera que media entre la localidad y el Puerto de Sòller a 5 kilómetros. Es el tren que nos da la bienvenida. 
Nos tomamos unas cervezas y unas tapas en la plaza admirando de nuevo la Iglesia. Por unos minutos nos relajamos del camino tan complicado que nos ha transportado hasta aquí. 

El último paso será visitar y pasear por el Puerto de Sòller. Volvemos al coche y a unos minutos nos encontramos con el puerto. Una pequeña playa que nos acoge en la llegada, el puerto con infinidad de barcos atracados en él y al fondo la cadena montañosa de la Tramontana. Una vista en conjunto inexplicable. Par mi, esto es el paraíso.

Paseamos por el puerto viendo todo tipo de barcos, paseamos por la pequeña playa donde padres e hijos juegan en la arena y por fin, nos sentamos en un banco relajadamente tomando los rayos del sol ya que en ese momento ha desaparecido el viento y la lluvia. Relax total.
Qué belleza. Parece una postal: playa, montaña y mar parecen una simbiosis del paraíso terrenal.

Se está haciendo tarde y en esos días de noviembre anochece antes. Es hora de volver a nuestro hotel en Palma. Ya muy cansados realizamos otro recorrido para llegar a Palma, no bordearemos la costa si no que iremos directo por otra carretera. En 30 minutos estaremos en el hotel.

Me llevo de Mallorca un gran recuerdo por varias cosas: en primer lugar por viajar en noviembre a la Isla, tiempo espléndido con unas temperaturas poco normales. La belleza de sus pueblos por la orografía. Las montañas de la Tramontana, sus costas y sus preciosas calas.  Por su gastronomía mediterránea. Y sobre todo por mi acompañante, mi madre. Siempre al lado nuestro, de mi padre, de sus hijos y de sus nietas. Es un placer viajar con mi ángel de la guarda. Para ti mamá va dedicado esta, nuestra historia un mes de noviembre en Mallorca.






















  

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