Shalom Israel

Un año más mi hermanito Borja y yo decidimos descubrir nuevos destinos turísticos que escapen de la globalización de occidente. Nuestro próximo destino, Israel. Tierra santa, tierra intercultural, tierra donde conviven diferentes religiones, la judía, cristiana e islámica. Su capital Jerusalén, la más grande y poblada de Israel, con 865.700 habitantes, es una de las ciudades más antiguas del mundo con un profundo significado religioso.

Volamos desde Madrid hacia Tel Aviv con la compañía israelita EL AL Israel Airlines. Partimos a las 22.50 horas del jueves, no sin antes pasar los controles en los puntos de seguridad del aeropuerto. Controles exhaustivos de los cuales nos habíamos informado antes del viaje. Cinco horas son las que nos separan de Israel. 

Llegamos a las 5.00 de la mañana, ya que allí es una hora más que en España. Seguidamente, enlazamos con el autobús 485, el cual nos llevará a Jerusalén, tierra santa no solamente para el cristianismo donde Jesucristo vivió, predicó, fue sacrificado y donde se encuentra actualmente el santo sepulcro, sino también para el judaismo donde el Rey David construyó el Templo Sagrado lugar donde Dios residió y donde se encuentra también el Muro de las Lamentaciones y, por último el islamismo donde el profeta Mahoma visitó la ciudad, rezó y posteriormente subió al cielo.

Estamos entrando en la ciudad de Jerusalén. No quitamos ojo a las ventanas del autobús queriendo localizar ya la parte antigua. No la vemos, solamente avistamos pisos y más pisos. Nos encontramos ahora mismo en la parte nueva. El conductor se para en una de las estaciones de autobuses. Le preguntamos si hemos llegado a la Estación Central pero no nos entiende y nos responde en hebreo. Estamos un poco confusos. Nos decidimos a bajar y a buscar la estación. Después de dar varias vueltas, distinguimos el edificio detrás de unos pisos. Llegamos por fin. Pero la confusión no acaba aquí. La entrada está repleta de militares con sus metralletas al hombro. Entramos buscando un punto de información para que nos ayuden a llegar a la ciudad vieja de Jerusalén. No distinguimos ninguna, además están abriendo los numerosos puestos en el interior como si fuera un mercado. Todo es un caos. Decenas de personas que van y vienen, gente que se nos cruza como si fuéramos invisibles, voces a lo lejos y sobre todo calor, muchísimo calor.

Decidimos salir de la estación. Nos ponemos en marcha sin ningún rumbo concreto. Y a los pocos minutos, encontramos el cartel tan deseado: 'Old City'. Objetivo cumplido, ahora a patear las calles de la zona nueva hasta llegar al casco histórico. Treinta minutos andando que nos separa del presente, al pasado.

Impacientes por llegar, atisbamos en lo alto del camino las murallas de la ciudad vieja de Jerusalén. Nuestros semblantes cambian. No hace falta hablar. Nos miramos y nos recorre una sonrisa infinita en nuestros rostros. El calor aún es más sofocante. Las gotas de sudor impactan en el suelo una tras otra como una cascada. Pero ya no sentimos el cansancio, acabamos de llegar a las murallas de Jerusalén.

Recorremos éstas antes de entrar observando minuciosamente sus piedras. Accedemos por una de las ocho puertas, en concreto por la Puerta de Jaffa, principal entrada a la ciudad vieja.
Ya en el interior, observamos con relajación todo lo que nos rodea, tenemos una sensación de haber encontrado un tesoro. A unos pasos, se encuentra la Torre del Rey David, antigua ciudadela del Barrio Armenio de la ciudad vieja de Jerusalén. A continuación, las placas informativas nos irán guiando por todos los lugares emblemáticos y recovecos laberínticos de la ciudad. Allá vamos. Caminamos en silencio por interminables callejas que a su vez se dividen en otras y después en otras, las cuales nos derivan a otras.

Hipnotizados por el encanto de la historia, nos llegan a nuestros sentidos, el olor de las especias, de las frutas, de las verduras, pescados, carnes... estamos en el centro neurálgico de los mercados y bazares. Nos detenemos en cada puesto para observar la gastronomía israelita. Al sentido del olfato se le suma el de la vista. Vemos cómo cocinan los típicos falafel, hummus, msabbha, shakshouka, cuscús, bourekas de papa... y por supuesto, los diferentes tipos de pan donde predomina el pan de 'pita'. Es obligado probar uno de tanta variedad por unas cuantas monedas de shekels.

Y andando y andando, nos vamos acercando al Santo Sepulcro. Éste se encuentra situado dentro de la Iglesia del Santo Sepulcro. El lugar en concreto también llamado Gólgota, es el punto exacto donde según los Evangelios se produjo la crucifixión, sepultura y resurrección de Cristo.

Bella Iglesia por fuera y más por dentro. Personalmente tengo la sensación de haber retrocedido en el tiempo. Todos mis sentidos están activados al máximo, es conmovedor y a la vez mágico.

Nada más entrar por la puerta principal, nos topamos con la piedra de la unción de Cristo, piedra en la que fue colocado Jesús cuando fue bajado de la cruz, antes de depositarlo en el sepulcro.


Numerosas personas se arrodillan ante la piedra, se inclinan, la tocan, la besan... oran ante ella.

Es conmovedor observar la fe que tienen por su religión.

Dejamos la piedra a un lado y unos pasos más adelante, se abre ante nosotros una enorme rotonda rodeada de columnas que culmina en una cúpula abierta en el techo. Y justo en el centro, se encuentra el edículo, santuario central que protege al sepulcro.

Me quedo boquiabierto. No es una iglesia convencional. Es un lugar para el encuentro, para la oración, para la reflexión. Paseamos unos minutos bordeando el edículo. 

Nuestras miradas se van al cielo, a la bella cúpula que hay encima de nuestras cabezas que parece vigilar el santo sepulcro. Van y vienen sacerdotes los cuales inclinan la cabeza al pasar delante de la puerta del sepulcro, haciendo reverencia a Jesucristo. 

La gente pasea como nosotros, mirando hacia todas partes con una tranquilidad suprema.

Estamos listos para entrar y visitar el Santo Sepulcro. Nos colocamos tras una fila de personas, aunque no hay mucha gente esperando en ese momento. 



Esperamos detrás de unas chicas que nos sugieren bajar el tono de voz para entrar en el habitáculo. Respeto, mucho respeto hay para visitar la tumba.



Iniciamos la entrada. Nos organizan para acceder de cuatro en cuatro. Solamente podemos estar unos minutos para que todo el mundo pueda aprovechar unos minutos en este espacio. Primero pasamos a una salita muy pequeña que es el Altar de la Capilla del Ángel. Se me hace interminable la espera. Estamos esperando que salgan las personas que que se encuentran dentro del sepulcro.





Es el momento. Nos hacen pasar a las siguientes cuatro personas. Soy el último en entrar, voy detrás de tres chicas. La entrada es pequeña, tenemos que agacharnos para no golpearnos la cabeza con el techo de la pequeña entrada. Justo al pasar, las chicas rápidamente se colocan de rodillas ante el sepulcro. Éste se encuentra a nuestra derecha, a ras de suelo. Es de mármol. La cripta está recubierta de numerosos iconos de Jesucristo.

Soy el último que se arrodilla ante el sepulcro, pongo las manos sobre él y observo el pequeño espacio que me rodea, intentando dilatar ese momento en el tiempo. 
Las chicas están apoyadas literalmente con los brazos y la cara pegadas en el sepulcro, en silencio total. En ese momento mis ojos se centran, como el foco de una linterna, en el sepulcro. Medito dónde estoy. Me encuentro delante de un acontecimiento histórico. Es muy intensa la sensación. No quiero que pase el tiempo.
Me concentro. En ese momento soy el transmisor de mis padres los cuales son creyentes y les hubiera encantado estar donde yo me encuentro ahora mismo. No sé cómo describir lo que estoy viviendo en ese momento. Silencio total. Estoy muy emocionado. De repente, oigo palabras en hebreo que me sacan de mi letargo, desde fuera nos avisan que se acaba el tiempo. Miro a las chicas, siguen arrodilladas pegadas al sepulcro aprovechando todos los segundos para que ese momento no se acabe. Es hora de despedirse y salir.
Nos levantamos, salgo yo el primero y en el camino me cruzo con mi amigo que va a entrar con otro grupo.
Hay cosas que no se pueden explicar. Me encuentro envuelto de sentimientos y sensaciones que me hacen estar relajado. Me siento en paz conmigo mismo.
Sale mi amigo y volvemos a pasear lentamente alrededor de la rotonda captando y memorizando todos los espacios de la Iglesia.
Es hora de marcharse. Hay más cosas que ver en Jerusalén. Antes de salir me quedo en un rincón de la Iglesia unos minutos para poner en orden todos los pensamientos y sentimientos que he vivido en esos momentos. Me despido y salgo.

Volvemos a las callejas. En este momento hay gente por todas partes. Seguimos percibiendo los olores de las especias y las comidas. Ahora, vamos en busca de el Muro de las Lamentaciones. Seguridad, mucha seguridad nos seguimos encontrando por las calles. Policías y militares bien preparados con sus uniformes para actuar en cualquier momento. Al final de una calle nos encontramos unas escaleras que van a parar a un balcón donde se puede divisar la parte judía de Jerusalén. Preciosas vistas que nos cambian radicalmente el lugar de donde veníamos.

Nos tomamos unos segundos para adaptarnos de las vistas del interior de la bella Iglesia del Sagrado Sepulcro, a las maravillosas vistas exteriores donde localizamos rápidamente el Muro de las Lamentaciones, la Mezquita de la Cúpula de la Roca y a lo lejos en un alto, se divisa el Monte de los Olivos.

No damos abasto, pasamos en cuestión de minutos de una maravilla histórica a otra. Bajamos las escaleras que nos llevan al Muro. Pero eso sí, antes debemos pasar controles para entrar en el recinto. 

Pasamos. No nos lo podemos creer, estamos en frente del Muro, el lugar más sagrado de la religión judía. Es uno de los muros de contención del antiguo Templo de Jerusalén.


Debemos entrar con la kipá, pequeña gorra ritual usada tradicionalmente por los varones judíos, representa el triunfo de la humildad sobre el ego para ser respetuosos con la religión judía.
Lo primero que observamos es la división por géneros, los hombres se encuentran en la parte izquierda mientras que las mujeres en la derecha.

Nos colocamos cerca del Muro y observamos detenidamente sus oraciones y movimientos. Es un auténtico espectáculo, cada uno expresa sus oraciones a su manera: en silencio, cantando, dramatizando, sentado o de pie y, casi todos realizan movimientos mientras recitan.

La Torá es el texto que contiene la ley y el patrimonio de la identidad del pueblo judío. Constituye la base y el fundamento del judaismo. Involucra la totalidad de la revelación y enseñanza divina otorgada al pueblo de Israel.

Observamos también que a la hora de sus plegarias, utilizan unas cintas de cuero y varias cajitas llamadas Tefilin. Consiste en dos pequeñas cajas de cuero unidas a correas de cuero. Cada una de las dos cajas contiene cuatro secciones de la Torá escritos en pergamino.

De nuevo parece que hemos retrocedido en el tiempo. Cuánta historia hay en esta ciudad.
Volvemos tras nuestros pasos en busca ahora, de la enorme y bella Mezquita de la Cúpula de la Roca, cerca de donde nos encontramos.
Volvemos a callejear, percibimos de nuevos los olores, cada vez hay más gente, el calor también empieza a ser insoportable. Seguimos la información de los paneles informativos para llegar a la Cúpula. Estamos ya a unos pasos cuando unos militares nos detienen el paso, nos informan que está cortado el acceso. Damos la vuelta e intentamos la entrada por otra de las vías de entrada. De nuevo nos vuelven a parar otros militares impidiéndonos el pase. Al preguntar por qué, nos comentan que los turistas no podemos acceder por respeto al rezo de los islamitas en su Mezquita.




No podemos hacer nada más, hay que cumplir las normas y el respeto hacia ellos. Retrocedemos y antes de irnos de Jerusalén, queremos hacer el camino de la Vía Dolorosa, calle de la Ciudad Vieja de Jerusalén la cual fue el itinerario que tomó Cristo, cargando la cruz, camino de su crucifixión. En la misma se encuentran marcadas 9 de las 15 estaciones del Viacrucis.


Ya agotados de tantas horas andando y con un calor desértico, recorremos la calle sin fuerzas. Es la hora de ir a nuestro hotel en Tel Aviv.

También es necesario salir de Jerusalén, porque es viernes, y el Shabat comienza desde el atardecer del viernes hasta el anochecer del sábado y podemos perder el autobús.

El Shabat es el séptimo día de la semana, siendo también el día sagrado de la semana judía. En esta fiesta no se trabaja. La religión judía dice que ese día es para el hombre. Así que, antes de que no podamos salir de Jerusalén, ponemos rumbo a una nueva ciudad israelita, totalmente diferente a la que dejamos: Tel Aviv.

El autobús 405 es el que nos llevará a Tel Aviv, donde tenemos nuestro hotel. Son ya muchas horas sin parar desde que salimos de Madrid. Estamos exhaustos y nos vendrá bien relajarnos un poco en el autobús. La distancia entres estas dos ciudades es solamente de una hora.

Llegamos a Tel Aviv, a la Estación Central de Autobuses. Controles, más controles para acceder a la estación. Salimos de allí. Hace un calor insoportable. A diferencia de Jerusalén, este es húmedo y nos cala de sudor toda la ropa. Edificios altos, avenidas interminables, mucha gente deambulando de un lado para otro, vehículos que van y vienen. 

Aunque la población es la mitad que Jerusalén, (429.000 habitantes), se nota que es una gran urbe. Andamos y andamos hasta localizar nuestro hotel, Hotel Galileo, que se encuentra frente al mar.

Nos ponemos el bañador y vamos directamente a tomar unas cervezas al 'beer bazaar', bar típico que se encuentra en una zona próxima al mercado Ha-Carmel market. Y por supuesto, probamos un lamb kebak pita, típica comida de allí.

Relax total. Después de tantas horas estamos deseando tocar la playa. Allá vamos. Preciosa playa al lado del paseo marítimo. Agua templada, típica del Mar Mediterráneo y muchas olas.

La ciudad de Tel Aviv presenta un gran ambiente, de día y de noche. Ciudad multicultural. Siempre hay gente paseando por el paseo marítimo, corriendo, desplazándose en monopatín, en bicicleta... siempre se observa movimiento. Gente sentada en las terrazas de los bares, jóvenes y mayores, de todas las edades.

Tel Aviv es la ciudad más moderna, joven y occidental de las ciudades israelíes la cual nos ofrece el sabor mediterráneo de sus mercados y plazas.

Después de una ducha en el hotel, nos organizamos para descubrir el Jaffa, centro histórico de Tel Aviv. Empieza a atardecer y el sol va desapareciendo lentamente detrás de las nubes. Decidimos ir paseando por el paseo marítimo hasta llegar al centro. La gente está en la playa. 

Hace muchísimo calor, un calor húmedo. Niños y padres se bañan a orillas del Mediterráneo para sofocar el calor. Grupos de jóvenes bailan al ritmo de la música oriental, moviendo sus cuerpos sin control. 

Otros adultos  preparan su barbacoa y fuman sentados en grupo sus cachimbas. A nuestra derecha se encuentra el mar, cuyas olas rompen constantemente en las rocas de contención. Esto es el paraíso. Cuánta vida hay en Tel Aviv. Por fin llegamos al Jaffa. Avistamos una enorme torre con un reloj llamada Rehov Ruslau. A su lado encontramos la Mezquita Mahmudiya.

Y subiendo la colina nos encontramos un precioso mirador desde donde percibimos la extensa playa y paseo de Tel Aviv. Precioso. Y más de noche con todas las luces de colores.
Hacemos una pausa desde el balcón para percibir los olores del mar, el viento que impacta en nuestros rostros, la visión nocturna de la ciudad que nos hipnotiza. Es momento de reflexión.

Pasados unos minutos, nos volvemos a poner en marcha para regresar al hotel por el mismo camino, del paseo marítimo. Pero no sin antes comer algo típico en un restaurante, kebab en pan de pita con todas las salsas posibles, incluso el picante.

Volvemos sobre nuestros pasos y la gente sigue allí, bañándose, comiendo, bailando, jugando, fumando, divirtiéndose.

Necesitamos dormir unas horas ya que al día siguiente tenemos previsto un tour hacia la fortaleza de Masada para descubrir y bañarnos en el Mar Muerto. Al día siguiente toca levantarse temprano y prepararse para nuestro último gran día.

Son las siete de la mañana y nos recoge un minibus con su guía. Nos desplazamos hasta Masada. Pasamos de nuevo por Jerusalén para recoger a otras personas que hacen el tour. Salimos de Jerusalén dirección al Mar Muerto. Cambiamos de paisaje, de los interminables edificios de la ciudad de Tel Aviv, a la nada del desierto.  Parece que no hay vida. Según nos vamos acerando al mar, el nivel va descendiendo. Se encuentra en una depresión a 430 metros bajo el nivel del mar entre Israel, Palestina y Jordania.

Observamos en el camino que existe vida humana en el desierto, aunque las condiciones no sean las idóneas. Como islotes en la lejanía, vemos que existen pequeños poblados de los últimos beduinos, los cuales no aceptaron dejar sus hábitos nómadas para instalarse en las ciudades.

Por fin llegamos a Masada. Esta ciudad fue una fortaleza judía edificada en una montaña de la región oriental del desierto de Judea.

Masada es conocida por el asedio de los romanos a esta fortaleza judía, que condujo a sus defensores al suicidio colectivo debido al asedio romano y su derrota inminente.
Subimos en teleférico a la imponente montaña. Desde lo alto se puede divisar el Mar Muerto rodeado de desierto. No hay nada más.

Nos desplazamos por una pasarela que bordea la fortaleza por donde se puede observar con una vista privilegiada el paisaje desolador.
Ya en la cima, encontramos los restos romanos del palacio de Herodes, rey de Judea, distribuidos en terrazas por la ladera del montículo.

Buena información que nos ofrece la guía con muchos detalles.
Ya el sol va agotando nuestras energías. Finaliza la visita y ahora toca bañarse en el Mar Muerto.

Nos recogen en el minibus y partimos hacia el mar. Llegamos al restaurante donde, desde ahí, nos recogerá un trenecito y nos acercará hasta la orilla.

La elevada salinidad es lo que impide a un ser humano hundirse en sus aguas de forma natural, debido a que la elevada densidad de sus aguas ejerce un empuje superior a la del mar, pudiéndose flotar sin ningún esfuerzo.

Ya estamos preparados. Nos recogen y nos llevan a la orilla del mar. Hace muchísimo calor. Entramos muy despacio y nada más introducir los pies en el agua, notamos que el agua está ardiendo. Creo que no vamos a poder seguir.

Poco a poco continuamos andando muy lentos para no resbalar. El agua cada vez nos cubre más y, cuando llega a nuestra cintura, nos dejamos deslizar de espaldas y... ¡flotamos! Es verdad, las piernas y el resto del cuerpo se lanzan hacia la superficie. ¡Qué sensación!
Nos hacemos fotos y más fotos para inmortalizar este momento.

Pero el calor desértico y el agua tan caliente nos hacen salir del mar y darnos una ducha en el recinto del restaurante con piscina.


Antes de irnos tomamos unas cervezas y picamos algo y, directo al hotel de Tel Aviv.

Ya estamos en marcha y estamos deseando llegar para descansar un ratito del largo tour que nos ha llevado todo el día y parte de la tarde.
Llegamos, descansamos y al paseo marítimo. Necesitamos poner en orden todos los momentos y toda la información del día.

Sentados en las escaleras junto a la playa y tomando unas cervezas, es el momento de nuestra última reflexión. Es el momento de recordar todo el viaje a Israel. Al día siguiente, a las cinco de la tarde, regresamos a España.

Todos los viajes tienen un principio y un final. Cuando se termina, hay que dejar reposarlo para recordarlo los días posteriores y hacer balance. Y, a pensar en la próxima aventura.

Personalmente, hasta ahora esto era así, terminaba uno y ya estaba pensando en el siguiente. Pero este viaje a Israel me ha cambiado la forma de afrontar mis futuros viajes.

Jerusalén me ha impactado emocionalmente. Hemos callejeado por una de las ciudades más antiguas del mundo. Con sus diversas culturas y religiones. Hemos estado observando en primera línea el sepulcro de Jesucristo. Nos hemos camuflado con la kipá entre judíos orando en el Muro de las Lamentaciones. Hemos recorrido la Vía Dolorosa con un sol abrasador. Vimos de lejos la Mezquita de la Cúpula de la Roca la cual estaba inaccesible para nostros.

Disfrutamos en Tel Aviv se sus playas, de su ambiente, de la multiculturalidad, de su gastronomía, de los largos paseos por la costa reflexionando sobre el viaje y sobre la vida en general. Nos hemos divertido en el Mar Muerto, experiencia única e irrepetible. ¿Qué más se le puede pedir a un viaje?

Sigo impactado de todos los recuerdos de Israel. No puedo pensar ahora en el siguiente viaje, porque no existe otro lugar, por ahora.
Doy las gracias a mi hermanito Borja con el que cada año descubro un lugar inédito en el mundo. Es tan fácil viajar con él, que lo complicado lo hace fácil.

Shalom Israel.

































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