A LA CONQUISTA DEL CASTILLO DE MARVÃO

Son las ocho de la mañana de un domingo de julio cuando inicio el recorrido que me llevará al Castillo de Marvão en Portugal, atravesando Portagem (pueblecito portugués enmarcado en la región del Alentejo, a 14 kilómetros de la frontera española con Cáceres y a 5 de Marvão). Se encuentra situado en plena sierra y parque natural de São Mamede, a través de la calzada romana que me servirá de guía para alcanzar sus murallas.

El comienzo es muy agradable ya que todos mis sentidos se activan por la extraordinaria vegetación que va envolviendo mis pasos. 

Grandes pinos que flanquean mi itinerario, la frescura y el color de los majestuosos helechos que dan vida al ambiente y el olor a jara que hace que camine con los ojos cerrados y me transporte a otro mundo.



¡Fuentes!, numerosas y preciosas fuentes divisaré durante el recorrido que me servirán de avituallamiento para hidratarme.
















Pero mi estado de éxtasis cambia en un abrir y cerrar de ojos cuando percibo el inicio de la calzada romana que me avisa de que a partir de ahora, el camino se hará insufrible. Paso radicalmente de una zona llana a una pendiente en el que los latidos de mi corazón se disparan. La calzada se va estrechando, la vegetación me va envolviendo, el suelo se torna aún más duro sintiendo la dureza de las piedras y rocas en la planta de mis pies a cada paso que doy, y por último, de repente se hace de noche, los rayos del sol son incapaces de atravesar la abundante vegetación que me acaba envolviendo.


Adaptado ya a las condiciones del camino, comienza a cambiar el paisaje y el terreno, ahora ha bajado el nivel de exigencia y mi cuerpo se recupera rápidamente ya que inicio una segunda etapa donde predominan los llanos. Me preparo para correr. Corro libremente sintiendo el viento en mi cara. Con la mochila pegada a mi espalda mis piernas se lanzan a la conquista de las murallas del Castillo.

Recorro varios kilómetros solo, pero nunca estuve solo realmente, durante todo el trayecto distintos animales se cruzan conmigo para que la ruta no se me haga tan dura. Gatos que me observan indiferentes desde lo alto de muros de piedra construidos por la mano del hombre, perros que salen a mi paso para avisarme de que el territorio que piso les pertenece a ellos y a sus dueños, pájaros que revolotean a mi alrededor para darme la bienvenida, cabras que pastan libremente y berrean cuando me ven pasar y las coloridas mariposas que me acompañarán en el último tramo que será el más duro de todo el recorrido.






Intensos e interesantes kilómetros que llevo realizado hasta el momento. Pero lo más duro empieza ahora.



Retomo la calzada romana. La pendiente es brutal. No existe ningún pequeño llano para recuperar el aliento. A lo lejos diviso el castillo que parece una miniatura, creo que nunca llegaré. Mis piernas dicen que pare, pero mi voluntad es más fuerte que mis músculos y sigo adelante. Mi corazón se acelera y vuelven a aumentar de una forma extrema las pulsaciones. Necesito adaptar mi respiración para controlar mi cuerpo. Cada vez voy más despacio. 

Creo que voy a parar y a rendirme. Las gotas de sudor empiezan a deslizarse y a impactar contra el suelo como una cascada. Una a una van pasando por mi frente, mi nariz… terminando explotando en el polvo del camino. Estoy solo, necesito fuerzas para terminar lo que inicié esta mañana. Parece que el tiempo se detiene, no avanzo, no veo el Castillo. 


Pero en el último momento, como surgidas de la nada, aparecen un grupo de mariposas de colores que iluminan mi camino. Intuyen que necesito un último empujón, perciben que mi ritmo ha bajado en el último tramo y quieren guiarme hasta conquistar la cima. 









De repente mi cerebro se vuelve a conectar enviándole una señal a los músculos de mis piernas que enseguida se reactivan. Ya nada me puede parar.




Unos metros nada más me separan de una de las puertas de entrada al Castillo de Marvão. 
¡He llegado! ¡Lo he conseguido! 





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