SIETE VENTANAS
Relato ficticio sobre
la leyenda de
“La torre de las
siete ventanas”
de la Alcazaba de
Badajoz.
Sellaron la séptima ventana, la última conexión de vida con el mundo exterior. La oscuridad apagó la luz, se hizo la nada, se borraron los recuerdos y ella cayó en un profundo abismo dejando de ver las cosas que amaba: su amado, su ciudad y su río.
Zoraida era una bella princesa mora, hija del rey de Badajoz, que todos los días al amanecer recorría la ovalada Alcazaba atravesando sus murallas. Tenía la costumbre de hacer una parada en cada una de sus torres. Le emocionaba sentir el viento en la cara, agitar el abundante cabello ondulado y recibir los rayos de sol en su fuerte piel morena. Sus grandes ojos negros divisaban su amado río y los florecientes jardines que rodeaban la fortaleza.
Nada más finalizar su recorrido se dirigía al lugar donde el tiempo no pasaba para ella. La plaza del comercio era el espacio favorito donde se fusionaba con la gente del pueblo. Zoraida era muy querida en la ciudad. Amable, alegre, cariñosa, generosa… no había ningún día en el que los mercaderes no la pararan para compartir unos minutos con ella.
— ¡Princesa Zoraida!, gritaban los comerciantes.
Ella acudía para conocer los nuevos productos gastronómicos y artesanos de la época. A la vez, quedaba hipnotizada por los espectáculos de música, danza y malabares que le transportaban en el tiempo a su pasado árabe.
Iba de puesto en puesto. Le llegaba a sus sentidos el olor de las especias, de las frutas, de las verduras, pescados y carnes. Se encontraba en el centro neurálgico de la ciudad. Al sentido del olfato se le sumaba el de la vista. Observaba detenidamente cómo cocinaban los típicos falafeles, hummus, msabbha, shakshouka, cuscús, bourekas de papa. Pero, sobre todo, le atraían los diferentes tipos de pan donde predominaba el de pita para acompañar las diferentes comidas árabes.
— ¡Princesa Zoraida!, pruebe este pan que acabamos de hornear.
— Con mucho gusto lo haré, respondía ella.
De esta manera transcurrían los días para la princesa, hasta que un día, desde la torre de las siete ventanas, divisó a lo lejos en la otra orilla del Guadiana, un manto de polvo que cubría un destacamento a caballo de soldados cristianos.
A trote lento llegaban, al cerro de Baxarnal actual Fuerte de San Cristóbal, un pelotón de caballeros para dar relevo a los soldados en aquel lugar estratégico.
Liderando el destacamento se encontraba Omar, capitán cristiano de guardia destinado al fuerte. En su bello caballo blanco que representaba la pureza, comandaba las fuerzas destacadas en el defensivo cerro.
En ese periodo, crecía la incertidumbre entre la población ya que era un tiempo convulso en Badajoz debido a las disputas territoriales entre musulmanes y cristianos.
Zoraida seguía con sus rutinas matinales dando sus largos paseos por las murallas. En cada torre, la vista se le disparaba intrigante hacia el Fuerte de San Cristóbal. Habían pasado ya varios días desde que vio llegar al grupo de soldados en los cuales no había percibido ningún movimiento nuevo.
Al séptimo día, y cuando la princesa se encontraba justo en la torre de las siete ventanas, vio acercarse al destacamento cristiano. Reconoció el caballo blanco del capitán que iba al frente del grupo. Marchaban bordeando el río Guadiana por su margen derecha sin adentrarse en territorio musulmán. Eran maniobras tácticas de acercamiento para recabar información de la defensiva muralla de la Alcazaba.
Paso a paso, se iban acercando cada vez más a la torre donde se encontraba Zoraida, eso sí, separados por el cauce del río. A unos quinientos metros de distancia entre uno y otro, el pelotón hizo una parada. Para Zoraida se detuvo el tiempo. Escondida entre las almenas para que no la descubrieran, solamente percibía el silbido del viento atravesar los salientes de los muros y el relinchar de los caballos. Y, de repente, el hermoso caballo blanco levantándose a dos patas, lanzó a Omar por los aires con una fuerza feroz hasta dar con su cuerpo en el cauce del río. A su lado una víbora fue la responsable de asustar al animal, saliendo despavorido hacia el fuerte. Es en ese momento cuando la princesa lanza al aire un grito de terror que es escuchado dentro y fuera del recinto amurallado.
Omar, completamente cubierto de barro, dirige su mirada hacia la torre donde se encuentra Zoraida iluminada por el sol. Embelesado por la enorme belleza, cruzan sus miradas y es él quien se atreve a dedicarles unas palabras. Pero ella, avergonzada y con los latidos del corazón en aumento, corre como perseguida por el diablo, hasta que desaparece entre las murallas.
Este hecho quedaría marcado en el acontecer del futuro de la vida de ambos.
Los días se suceden uno tras otro con cierta rutina y monotonía. Zoraida continúa sus paseos y Omar sigue preparándose con su equipo para una posible intervención militar hasta que, de repente surge el cambio.
Estamos en el mes de julio, la temperatura asciende minuto a minuto, la sensación térmica va en aumento. Omar ha decidido en solitario volver al lugar donde se encontró por primera vez con la bella muchacha de los ojos negros. Cabalga sin prisas. Todos sus sentidos se activan al atravesar la extraordinaria vegetación que envuelven sus pasos. La frescura de los helechos, los majestuosos eucaliptus y el olor a jara hacen que se desplace con los ojos cerrados transportándose a otro mundo.
Sigue haciendo mucho calor. Las gotas de sudor se deslizan por su frente hasta impactar en el suelo del camino. Necesita llegar a la ribera del río para refrescarse. La Alcazaba está más cerca.
Zoraida se encuentra en esos momentos en su torre preferida, la torre de las siete ventanas. Ha seguido con expectación el trayecto del cristiano a caballo. Le sorprende que camine en solitario por esos lugares ya que soldados árabes pueden observar sus pasos y retenerle como prisionero.
Él se detiene, baja del caballo y se apresura a refrescarse en el río. Se agacha, llena sus manos de agua y, en ese momento el rostro de la princesa se ve reflejado en el río que hace la función de espejo. Por unos momentos cree oír cantos seductores de sirenas que le envuelven y hechizan.
Zoraida sigue observando al cristiano escondida entre las almenas. No entiende qué hace el caballero petrificado junto a la orilla del río. Pero espera y espera hasta que un águila pescadora cruza y se lanza como un obús en las aguas del Guadiana en busca de su presa. El estruendo saca de su desorientación al caballero, rompiendo así su hechizo. Aturdido, Omar se pone en pie y su mirada se dirige hacia el cielo, para buscar el rostro de la sirena. Zoraida, descubierta y confusa, se levanta también.
— Hola, ¿eres un hada?, pregunta Omar. Creo que estoy inmerso en un sueño.
— No tengas miedo. Soy Zoraida, hija del Rey de Badajoz.
Así pasan las horas descubriéndose el uno al otro. También transcurren los días y son más frecuentes los encuentros en los que descubren sus mundos, sus formas de vida, sus culturas, sus mentalidades. De la curiosidad se pasa a la empatía y, de ésta al amor.
Ha pasado ya un mes desde el primer encuentro. Todas las mañanas Omar y su destacamento hacen el mismo recorrido. Cuando finalizan el reconocimiento, él les comenta a sus compañeros que se encamina en busca de su amada. Los soldados advierten al capitán de los peligros que pueden acarrear estas visitas. Pero el amor puede más que el miedo.
Un día de agosto, el rey se despierta bien temprano inquieto por las informaciones que le llegan de sus soldados de una invasión cristiana inminente. El calor es sofocante y no puede dormir. Comienza un paseo por las murallas de la Alcazaba deteniéndose en los rincones estratégicos para despejar su mente. Necesita pensar. Se sienta en el pavimento firme bajo las almenas que coronan los muros del castillo. Se hace el silencio. Pero por un momento cree escuchar al viento susurrarle al oído. Le llegan palabras de una mujer conocida por él. Se pone en pie. Esas voces proceden de la torre de las siete ventanas. Se aproxima lentamente a la torre. Y, cuando se encuentra a unos diez metros de la procedencia de esas voces, observa incrédulo la imagen impactante de su hija Zoraida hablando con un soldado cristiano junto al río.
Con voz potente, no tarda en dar un grito de auxilio hacia sus soldados que custodian la Alcazaba.
— ¡A mí, la guardia! Con voz poderosa, el rey hace saltar la relajación de esas horas sosegadas del amanecer.
Con una velocidad abismal, llega un grupo de arqueros hasta la torre. Desde allí, una veintena de flechas, apuntan al cuerpo del cristiano.
— Padre, por favor, no lo mates. Solamente estábamos hablando, no hay peligro alguno.
— Acompañad a la princesa a sus aposentos y no la dejéis salir hasta que yo vuelva, dijo el rey a sus soldados.
Omar no movía una pestaña. Sabía que cualquier movimiento en falso sería su perdición. Los arqueros, con una sobriedad sobrenatural, esperaban la orden de disparar. El rey y Omar cruzaron sus miradas llenas de odio. Se esperaba una fatalidad, pero esa orden no llegó. El rey pensó que, si mataba al soldado en ese momento, iniciaría una inminente batalla que él quería evitar.
— ¡Soldado!, gritó el rey. No vuelvas a acercarte a la Alcazaba ni a mi hija. Te dejaré ir. Pero la próxima vez, no tendré piedad de ti.
Omar, lentamente, retrocedió hasta alcanzar a su caballo. Montó en él y desapareció entre la espesa arboleda.
Tras este incidente el rey comunicó a sus soldados que necesitaba estar solo antes de tomar una decisión con respecto a la princesa. Era difícil la solución ya que él era rey y padre a la vez. Caminó de nuevo por las murallas. Se detenía, se sentaba, pensaba. Volvía a caminar hasta que llegó de nuevo a la torre de las siete ventanas. Desde allí divisó el fuerte. Recordó lo sucedido. Se llenó de ira y dio un grito salvaje que resonó en toda la ciudad.
Puso camino hacia los aposentos custodiados de Zoraida. Ya tenía la cruenta decisión que habría de tomar con su hija.
— Zoraida, dijo el rey, has deshonrado a la familia. Nuestra cultura árabe no puede mezclarse con la cristiana. Has hecho un daño a nuestro honor. ¿Qué dirá el pueblo de este suceso? Con mucho dolor tengo que tomar una decisión como rey. Me debo al pueblo de Badajoz y no debo actuar como padre. ¿Qué sería de nosotros?
— Padre, dijo Zoraida, no he hecho nada malo. Solamente hablaba con un cristiano de las diferentes vidas que llevamos. Sabes que me gusta aprender y conocer de otras culturas.
— Zoraida, aunque me duela, ya he tomado una decisión. Te encarcelaré por un tiempo en la torre de las siete ventanas hasta que ese soldado se vaya del fuerte de San Cristóbal. No tendrás comunicación con el exterior, solamente a través de esas ventanas.
Y así aconteció. Al día siguiente, al amanecer, la princesa custodiada por los soldados y por su padre, la encierran inhumanamente en uno de los torreones defensivos.
Pasan los días. Cada mañana la princesa se asoma a cada una de las ventanas de la torre. Desea ver a su amado, pero no aparece. Omar, desde el fuerte, hace lo mismo. Atisba desde lo alto la Alcazaba deseando ver indicios de su amada. Sus compañeros intentan convencerle que la olvide por su propio bien, por su vida.
Zoraida da vueltas y vueltas en el interior de la torre. No hay mucho qué hacer. Sigue tramando la manera de comunicarse con Omar. Un día, cuando las sirvientas le traen comida y ropa, se le ocurre una idea. Esperará al anochecer a que la Tierra se encuentre exactamente entre el Sol y la Luna. Aguardará a la luna llena.
Es finales de agosto. Esa noche comienza la fase lunar. Zoraida se prepara con sus coloridos velos de seda para impregnar de misterio la noche iluminada por la luna. Es media noche. Los rayos lunares entran en el interior de la torre alumbrando todo el recinto. Zoraida comienza en ese momento a moverse sensualmente y a cantar mediante una elegante y bella danza del vientre.
Los movimientos y sonidos de la danza se mezclan con la hipnótica luz de la luna. Zoraida entra en un letargo mágico. El viento es el encargado de transportar el sonido del canto hasta el cerro del fuerte. Omar da un salto de su camastro. Ha llegado hasta sus oídos el grito musical de la princesa. Corre hasta la muralla exterior donde se encuentran otros centinelas embriagados por la música. Las pulsaciones de su corazón aumentan por momento. La luna hace de puente para los amantes.
Al finalizar el baile Zoraida muestra uno de sus muchos velos de seda por una de las siete ventanas. Es de color rojo. Al instante Omar observa el velo y rápidamente ondea uno de los pañuelos que lleva en el cuello. Esa será la nueva forma de comunicación entre los dos.
Al día siguiente vuelven los velos de colores. Uno para cada día de la semana en cada una de las siete ventanas. El lunes fue rojo, el martes amarillo, el miércoles azul, el jueves verde, el viernes naranja, el sábado rosa y el domingo violeta. Con este método vuelven a encender la pasión del amor. Pero no durará mucho. Omar, tiene un plan para liberar a la princesa de la torre. Con sus incursiones que había realizado junto a su destacamento por el río Guadiana, había localizado un pasadizo bajo el lecho del río que se comunicaba con una entrada a la Alcazaba por donde se abastecía de agua al pueblo árabe. Era la coracha, un muro que arrancaba desde la torre hasta una toma de agua del río. Junto a la torre se encontraba una de las puertas de entrada a la fortificación, era la puerta de la coracha.
Una noche oscura cubierta de niebla donde la luz de la luna había desaparecido, se camufla por la vegetación que le llevará a orillas del río. Una vez allí percibe un silencio estremecedor. El correr del río se ha detenido, el croar de las ranas y el canto de los grillos se han silenciado. Hay poca visibilidad debido a la niebla. Tiene que andar con mucho cuidado. Con suavidad penetra por el pasadizo que le conducirá hasta la otra orilla. Ya, en la otra margen del río, observa luces de antorchas de soldados árabes custodiando la muralla. Ha localizado la puerta de la coracha donde una vez al día los soldados la abren para poder ir a recoger agua. No se encuentra vigilada ya que no es una de las puertas principales de la Alcazaba.
Omar continúa su incursión. Bajo el amparo del manto que cubre la bruma, el cristiano avanza hasta la puerta. Rompe la cerradura con una piedra y penetra en las entrañas de la mágica Alcazaba. Descansa unos segundos. La torre donde se halla su amada se encuentra a su izquierda. Se desplaza literalmente pegado a la muralla. Aún le quedan veinte metros hasta llegar a las escaleras que darán paso a la puerta de la torre de las siete ventanas. Llega al inicio de los escalones. Una vez allí se percata de que hay un problema añadido. Justo delante de la puerta se encuentra un soldado custodiando la gran torre. Debe pensar rápido, la niebla comienza a disiparse y, corre peligro si se encontrara a la vista de los vigilantes.
Sigue habiendo poca visibilidad y el vigilante se encuentra algo adormilado. En un abrir y cerrar de ojos, Omar salta como un león hacia su víctima y con la empuñadura de su espada, le asesta un fuerte golpe en la cabeza que lo queda sinsentido. Con el soldado en el suelo inconsciente, Omar rebusca entre su ropa para robarle las llaves de la puerta que da entrada a la torre.
Abre la puerta, la oscuridad es absoluta, impera un silencio aterrador. Zoraida se queda paralizada en su camastro. A esas horas nadie entra en la torre. Omar da un paso, da otro y otro. No se escucha nada.
— Zoraida, soy Omar. ¿Estás ahí? Contéstame.
Zoraida sigue inmóvil y en absoluto silencio. Cree estar teniendo un sueño. No logra ver nada, solamente percibe esa voz que resuena con eco dentro de la torre.
— Zoraida, soy Omar. ¿Estás ahí?
— ¡Omar! Estoy aquí. Creía que era un sueño.
— Baja la voz mi princesa. Estoy aquí, no es ningún sueño. Vengo a rescatarte y a huir de esta cárcel contigo.
— Has corrido mucho peligro al entrar en la Alcazaba, Omar.
— Lo sé, pero ha valido la pena para estar contigo. Venga vámonos.
Zoraida y Omar, agarrados de las manos, bajan por las escaleras con un silencio escrupuloso, continúan andando pegados a la muralla que le sirve de guía hasta llegar a la puerta de la coracha. La abren cuidadosamente, llegan hasta la orilla del río de la margen izquierda, y vuelven a desaparecer por el pasadizo hasta finalizar en la margen derecha del Guadiana. Allí les espera una barca camuflada entre los matorrales que Omar había ocultado días antes de su incursión. Jadeando del cansancio y de las emociones vividas, se detienen unos segundos. Se miran bajo la bruma. Brotan lágrimas de los ojos de ambos. Se abrazan. Se besan. Se emocionan al verse libres. Es la oportunidad que habían soñado para estar juntos.
No hay tiempo que perder. Desamarran la barca. Se suben a ella y con paladas silenciosas toman rumbo hacia la libertad.
Hay un silencio ensordecedor. Solamente se escuchan los remos que baten el agua. Las luces de la ciudad se van perdiendo a lo lejos. Ella se abraza a él sintiéndose libres. Estarán juntos para siempre. Comenzarán de nuevo y compartirán sus culturas. Pero el sentimiento de libertad no tarda mucho en desvanecerse. A lo lejos divisan una columna infinita de antorchas apostadas en las dos márgenes del río. Omar deja de remar, se deja llevar por la corriente. Se abrazan. Lloran. Saben que su sueño acaba donde se encuentran las tropas del rey de Badajoz con sus arcos y flechas preparados para acabar con sus vidas.
— Omar, huye. Sálvate y cuando pase un tiempo vuelve a rescatarme. Si nos quedamos los dos juntos, nos matarán.
— No puedo hacer eso, Zoraida. Necesito estar contigo, aunque sea encerrado en una torre sin luz alguna.
— Conozco a mi padre, Omar. Nos ajusticiará a los dos y más siendo tú cristiano.
La barca va surcando el río sin ayuda hacia las garras del rey. Omar y Zoraida se abrazan, se besan y se juran que volverán a estar juntos de nuevo. Sin esperarlo, Zoraida empuja a Omar al río para que se salve. Él, desde el agua, ve perderse entre la niebla a su amada. Nada con todas sus fuerzas hasta la orilla. Corre como un endemoniado. Tropieza varias veces con la vegetación debido a la poca visibilidad de la noche.
Zoraida es capturada. Su padre la espera con un rigor firme. No intercambian palabra alguna. Se limitan a mirarse directamente a los ojos con un odio infinito. Los soldados la conducen de vuelta al aislamiento en la torre de las siete ventanas. Reforzarán las puertas y entradas a la Alcazaba con un mayor número de vigilantes.
Para el rey su hija debe tener un castigo mayor. Ha deshonrado por segunda vez a la familia real y a su pueblo escapándose con un cristiano. Debe tener un gran escarmiento.
A la mañana siguiente el rey ordena tapiar las siete ventanas de la torre una a una. El primer día de la semana sellan la primera. El segundo día de la semana sellan la segunda. Así consecutivamente hasta que llega el domingo que es el momento de cegar la última conexión con el exterior.
Llega ese trágico instante. La princesa ya no puede ver nada. El mundo se apaga. La tristeza vence a la ilusión. Su vida se desvanece.
Bajo la luz de la luna llena y, a media noche, el espíritu de la Alcazaba se introduce por debajo de la puerta. La ve postrada y sin vida en la cama. La observa con pausa, sin prisas. Su belleza resplandece incluso en la oscuridad. Ha llegado el momento. La Alcazaba la arropa con su manto y se la lleva danzando hasta desaparecer.
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